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Dos lecturas sobre el optimismo de los argentinos


Eduardo Fidanza
PARA LA NACION


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Eduardo Fidanza


Sábado 23 de enero de 2016




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En su libro La Argentina bipolar, Manuel Mora y Araujo afirma que la opinión pública argentina es muy volátil. Se caracteriza por fuertes cambios de expectativas. Premia y castiga con rapidez. Muta de ideas repentinamente, abandonando el optimismo para trocarlo por visiones adversas del futuro. Y a la larga exhibe cierta circularidad. En rigor, según la interpretación de Mora, se trata de una conducta defensiva. Ante un país inestable, la gente se adapta respondiendo a la incertidumbre con apegos eufóricos, desconfianzas repentinas y rechazos viscerales. Considerando plazos más extensos, estos altibajos habilitan la comparación: el humor de los argentinos frente al poder semeja a la célebre patología psiquiátrica. La opinión pública marcha en círculo del éxtasis a la agonía.

La observación de tendencias a lo largo de tres décadas avala este argumento. Alfonsín generó extraordinarias expectativas, que se convirtieron después en rechazo e indiferencia. Sólo la enfermedad y la muerte le devolvieron el respeto, expresado en una multitudinaria despedida. Con Menem y De la Rúa la sociedad fue más brusca: pasó del fervor al castigo, sin atenuantes ni reconocimientos. La volatilidad se expresó de otro modo durante el kirchnerismo y afectó sólo a Cristina. Ella cayó de una imagen positiva cercana al 60%, al iniciar su primer gobierno, a alrededor de 20% tres meses después, cuando ocurrió la crisis del campo. Luego de enviudar y con la economía creciendo, volvió a la cima, para caer más tarde, describiendo una evolución errática que no le impidió, sin embargo, concluir su ciclo con 40% de apoyo. Néstor Kirchner, en cambio, fue el único presidente que, hasta ahora, esquivó la bipolaridad de los argentinos. Su alta valoración fue estable entre 2003 y 2007.




Interesa la historia porque esta semana trascendieron los primeros datos sobre la evaluación del nuevo gobierno. Los resultados del sondeo de Poliarquía son muy prometedores para la reciente administración: la aprobación de la gestión supera el 70%, el presidente posee una imagen positiva del 64%, y su gobierno, del 58%. En principio, los argentinos le están otorgando un importante crédito temporal al oficialismo. Un dato clave de la confianza en el Gobierno así lo indica: casi el 70% de la población estima que Macri "sabe cómo resolver los problemas del país, pero necesita tiempo". Junto con el Presidente, en el podio de los más apreciados se ubican María Eugenia Vidal, hoy la dirigente mejor evaluada del país, y Sergio Massa, al que Macri acaba de elevar a la categoría de principal líder opositor. El balance se completa con un dato sorprendente: dos tercios juzgan de manera favorable la política económica.

La buena imagen del Gobierno queda enmarcada por un incremento notable del optimismo sobre el futuro del país. El 69% considera que la situación mejorará en los próximos meses, mientras se estima que hubo progresos en la calidad de los dirigentes y disminuyeron la corrupción y la inseguridad. Pero es en las esperanzas sobre la economía donde, paradójicamente, se advierte la reversión más radical del estado anímico, compatible con la tesis de una opinión pública volátil. El 58% cree que 2016 será un buen año económico, y el 61% tiene la misma opinión sobre la evolución de la situación de acá a tres años. Para tener una idea del cambio de expectativas, considérese que a mediados de 2014 menos del 20% de la población era optimista pensando en los siguientes doce meses.




Sin embargo, el optimismo no se asienta en una visión edulcorada del presente. Da la impresión, más bien, de que es la consecuencia del cambio político, al que la sociedad pareciera concederle un efecto mágico. La gente le reconoce carisma al Gobierno, pero no se engaña sobre las dificultades que atraviesa en su vida diaria: el 50% afirma que la situación económica es regular, y el 24% que es mala; el 66% sostiene que en el último mes los precios aumentaron mucho, mientras que el 49% espera que en los próximos el incremento continúe, aunque a ritmo más moderado. Estas opiniones resultan coherentes con el diagnóstico de problemas que traza la sociedad: las contrariedades económicas (inflación, desempleo y bajos salarios) superan largamente a la inseguridad.

La evaluación del nuevo gobierno y las expectativas que la acompañan se prestan, en principio, a dos lecturas. Una es amable y evidente: los argentinos en general, no sólo los que votaron a Cambiemos, simpatizan con las autoridades y les conceden un crédito para encarar los problemas del país. La otra lectura es inquietante: existe una enorme brecha entre las expectativas de bienestar y las posibilidades efectivas de alcanzarlo, a la luz de los graves problemas heredados. La economía está exhausta pero la gente, de vacaciones y escasa de información, cree que todo marchará de parabienes.




Sólo el liderazgo político del Gobierno y de la oposición responsable puede achicar esta brecha. En el corto plazo, es preciso contener a los argentinos y prepararlos para días difíciles. Ése será el requisito de tiempos mejores. De lo contrario, retornará la bipolaridad de un país indolente, acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades.

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En la ultima frase esta la clave ...''acostumbrados a vivir por encima de sus posibilidades '' ....o condenados al éxito ....

Todos creen que dan para mas , y que hay una conspiración internacional y nacional para ''robarles el paraíso que se merecen '' ...

no es asi , solo es una economía que produce poco y gente que quiere vivir como si fuese un país rico ....

gran brecha entre lo que hay y lo que quieren ....

No hay gobierno que lo puedo resolver , por eso todos terminan mal y puteados ....

ARNOLD 2

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Parece que muchos ya van aterrizando ....

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La presunta ilogicidad de la ilusión

Creer sin fundamentos no es siempre ilógico. Macri, sus ministros y CEO: si ellos creen que podrán, aumentarán las posibilidades de que terminen pudiendo.

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Por Jorge Fontevecchia |

24/01/2016 | 08:05







Macri en Davos, a la expectativa de grandes inversiones.

Macri en Davos, a la expectativa de grandes inversiones. | Foto: instagram Macri


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Un empresario de primera línea acostumbrado a tratar con todos los gobiernos decía: “Tengo que callarme en las reuniones para no desilusionar el optimismo que en mucha gente despierta el gobierno de Macri”. También para no cosechar la reprobación y el rechazo de quienes están entusiasmados, como les sucede a los columnistas claramente no kirchneristas ante la mínima crítica a Macri, salvo que se expresen en los medios filokirchneristas.

En una conversación diferente –pero igualmente en off the record y para no contrariar el humor social de esperanza– otro empresario con experiencia política decía: “La apelación de Macri a que desatando los nudos que nos detienen, la riqueza de nuestros recursos naturales y humanos producirán el desarrollo es tan elemental que da miedo de que se lo crean ellos mismos. El eslogan de la dictadura fue ‘Argentina potencia’; el de Menem, ‘país del Primer Mundo’, y el de Macri ‘Sí, se puede’”.

El argumento es elemental porque hace muchas décadas se enseña en todos los colegios primarios que Argentina es el granero del mundo, que tiene los cuatro climas, que individualmente los argentinos triunfan en el exterior y que “estamos condenados al éxito”, mientras pasan las décadas y esa profecía no se autocumple.

Pero quizás ser elemental (en ciertos campos) sea la clave del éxito de Macri, y una persona con mayor preparación política, siendo consciente de imposibilidades que Macri ni siquiera tiene en cuenta, directamente se autoexcluiría del mismo desafío. Por ejemplo, Ernesto Sanz rechazando su postulación como ministro de Justicia al percibir la forma –no política– de conducir de Macri y su poca predisposición a ser generoso con el radicalismo.

La economía mundial y la propia no deberían generar el optimismo que hoy se tiene en y por la Argentina.

El gobierno del PRO (¿Cambiemos quedó en el olvido?) exhibe altas proporciones tanto de ingenuidad como de dureza, en ambos casos atribuibles también a la ignorancia, aplicándose la conocida sentencia sobre que el optimista es un pesimista mal informado.

Los muchos CEO incorporados desde la actividad privada a la administración de lo público comparten la misma virginidad que los funcionarios del PRO. Un político que llegara a ministro después de haber completado una carrera pública de concejal, legislador provincial, diputado y senador nacional o eventualmente intendente y hasta gobernador podría arribar al Ejecutivo nacional habiendo sido testigo de tal cantidad de frustraciones políticas como para optar entre la prudencia o el cinismo si no contara con esa llama de un deseo inapagable que caracteriza a muy pocos.

Los CEO, al ser tan novatos en política, siendo seniors en la actividad privada pueden tener en lo público el entusiasmo de un militante joven para quien aún es posible cambiar el mundo cada día. De hecho, además de aportar su experiencia, volver a sentirse apasionados debería ser una de las motivaciones honestas de quienes dejan sueldos y privilegios superiores en actividades donde ya habían alcanzado la posición más alta.

Macri mismo, a pesar de sus ocho años de gobernar la Ciudad de Buenos Aires, por la gran diferencia de dimensión entre una ciudad, aunque enorme, y un país, sumado a que el PRO sólo le aporta dos años más de vida que su propia experiencia al frente de la Ciudad, mantiene una condición de cierta candidez para enfrentar sus responsabilidades presidenciales.

Noticias como una inflación de 6% en diciembre sin aún haber aumentado tarifas ni bajado subsidios, el pronóstico del Fondo Monetario de caída del producto bruto de Argentina para 2016, las mañas a las que apelarán los fondos buitre para tratar de maximizar sus beneficios y el enfriamiento global de la economía con crónicas y recurrentes caídas en las diferentes Bolsas del mundo asustarían a todo aquel que no creyera mucho en sus propias fuerzas.

La docta ignorancia PRO sería que entre tanto conocimiento falso mejor es saber que no se sabe y aprender.

Lo mismo sucede con la población porque a pesar de las objetivas señales de dificultad creció el porcentaje de quienes confían en que la Argentina mejorará económicamente y se contagian del convencimiento que irradia el macrismo. No hay ilogicidad en esa ilusión, tanto en los gobernados como en el Gobierno. En economía las expectativas son tan importantes, y a veces más, que los fundamentos racionales. Creer aun sin fundamentos no es siempre ilógico porque resulta tan terapéutico en el terreno económico como en el médico: Lévi-Strauss en su texto Los hechiceros y su magia explicaba la eficacia simbólica de profesiones que habían durado siglos –aún quedan chamanes en el mundo ejerciendo su forma de medicina– por el efecto que tiene la sugestión: si el paciente padece una enfermedad que se curará sola, creer que se va a curar porque intervino alguien a quien le asigna autoridad (en este caso del Gobierno, en la economía) hará que se cure más rápido. También vale para Macri, sus ministros y CEO (los hechiceros): si ellos creen que podrán, aumentarán las posibilidades de que terminen pudiendo.

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