Por: José Siaba Serrate
Hay que entender que Alemania tomó la decisión de cortarle los víveres a Grecia. Que esta vez va en serio. Y que los líderes de la eurozona comparten la determinación. No se observan disidencias entre el centro y la periferia. O el Gobierno de Alexis Tsipras acepta el guión que le exige Bruselas o quedará librado a su suerte (un infierno de configuración imprecisa, que comienza con el default). Nadie quiere el éxito de la rebeldía de la coalición Syriza que manda en Atenas. Quien más, quien menos, todos padecen una copia local que los tortura en casa. Y qué mejor -al menos, en apariencia- que cortar por lo sano y exhibir el fracaso de los revoltosos como lección ejemplar. ¿No será otro momento Lehman? Europa, enceguecida, no lo ve así.
Hay que comprender que la eurozona acepta que Grecia se desbarranque. Y no es el ministro alemán de Finanzas -Wolfgang Schauble- quien certifica que la paciencia se agotó. Es el aluvión de declaraciones de funcionarios de primera línea de países fuera de la zona del euro -incluyendo al presidente de EE.UU., Barack Obama- el que da el aviso. Entiéndase, la prescindencia es la regla. Los de afuera son de palo. Sin embargo, el viernes, el secretario del Tesoro de Gran Bretaña, George Osborne, y el de EE.UU., Jacob Lew, y el presidente Obama -todos ellos- abordaron críticamente la cuestión. Si el mundo se mete -de prisa y sin disimulo- es porque advierte la resolución y que los acontecimientos se precipitarán. Urge desviar el rumbo de colisión.
La tensión escaló de modo fulminante. A comienzos de semana, Schauble podía alegar que no había contagio. El viernes, no. La tasa griega a tres años se ubicó en el 27%. Recordemos: en la era de las tasas cero. El bund alemán a diez años hundió sus rendimientos al 0,07% anual; y treparon las tasas de Portugal, España e Italia. Las primas de riesgo-país, en baja todo el año en la eurozona, volvieron a inflarse. Y las Bolsas cayeron con fuerza, dentro y fuera de Europa. El clima de crisis -incipiente pero con una silueta bien recortada- ya se instaló. George Osborne tronó convincente: "El 'credit crunch' griego en ciernes amenaza desatar una nueva crisis global". Bastaría "un error de cálculo de cualquiera de las partes". En las antípodas de Berlín, cree que el "crescendo" de la crisis griega "es hoy la principal amenaza para la economía global". Trascartón, su par estadounidense irradió un mensaje similar, poniendo énfasis en la urgencia "esencial" de los tiempos. Y el presidente Obama instó a los griegos a iniciar cuanto antes las reformas. El FMI, que dio una mano de cal cuando Christine Lagarde rechazó el pedido del ministro griego Varoufakis de conceder una prórroga de vencimientos, aportó la mano de arena. El jefe del departamento europeo, Poul Thomsen, sorprendió diciendo que el paquete de reformas que se demanda debía ser "simplificado y reducido". Bajo ese paraguas, el fin de semana las partes retomaron el diálogo de sordos.
¿Qué pasará? El peligro no es el "Grexit" -la expulsión de Grecia del euro- sino el accidente -"Grexident"- fuera de pista. Pero no sólo Europa tiene interés legítimo en el asunto, también el resto del mundo, como ya lo hizo saber. Nadie puede garantizar un experimento inocuo ni controlado. Pero, ¿quién pondrá el dinero que permita acomodar la situación sin trauma? No será el mundo. Entonces, ¿cómo evitar un default? La tradición europea es la de urdir un acuerdo de último minuto, que evite el choque frontal. Los problemas no se arreglan, se dilatan. Simplemente, se pospone una definición crítica. Es el pedido tácito de EE.UU. y Gran Bretaña. Y Mario Draghi, titular del BCE, se sumó el sábado. Aun así, ¿quién pondrá los recursos para cancelarle al FMI los vencimientos de mayo? ¿Y cómo se atenderán las necesidades elementales -el pago de salarios públicos- en los meses venideros?
Así, si el default es inevitable, llegó la hora de la solución chipriota. Los controles de capitales permitirían reducir al mínimo el tamaño de la asistencia exterior, y conservar a Grecia, autista y aislada, dentro de la zona del euro. ¿Que es la negación de la integración monetaria? Sí. Pero toda religión necesita un limbo para alojar allí sus contradicciones. Que el BCE haya estudiado la viabilidad de la circulación paralela de una cuasimoneda local en Grecia confirma esa impresión.