El diputado Gorostiaga, en la Convención Constituyente de Santa Fe, dijo que la Constitución que la Confederación Argentina estaba por jurar estaba "vaciada en el molde norteamericano". Esa era la visión de los Padres Fundadores: hacer de la nueva república, los Estados Unidos del Sur; la tierra de los sueños, el país de las oportunidades, el lugar para que los pobres encontrarán esperanzas para elevar su condición.
Hace unos dias falleció David Rockefeller a los 101 años. David era el nieto de John D., el creador de la Standard Oil y quien comenzó una fortuna que supera hoy los 3 billones de dólares.
Cuando a John D. un periodista le preguntó cómo había hecho su primer millón él le respondió así: "¿Ve esa lámpara que está allí?. "Sí" le respondió el periodista. "Pues yo la vi primero", dijo John D.
Seguramente se refería a su idea de patentar por primera vez el uso del kerosene como combustible doméstico, entre otras cosas para utilizarlo en lámparas. El kerosene era, hasta ese momento, poco menos que uno más de los colaterales descartables del petróleo.
Así comenzó parte de su fortuna. Eso ocurrió en los EE.UU., en donde la Constitución y la Justicia garantizan la vigencia de los derechos individuales a la libertad, la propiedad y la búsqueda de la felicidad propia. Si el mismo caso hubiera ocurrido en la Argentina, John D. habría sido confiscado, privado de su derecho y el kerosene declarado material estratégico imprescindible para la seguridad nacional pasando a propiedad del Estado.
En esa diferente apreciación de la Justicia sobre Constituciones muy similares se basa la distancia que media entre el éxito norteamericano y el fracaso argentino.
Este ejemplo no vale lamentablemente solo para nosotros. El resto de las repúblicas latinoamericanas también siguió, al momento de dictar sus Constituciones, el modelo ideado en 1781 en Filadelfia.
Todos sabían que, desde el punto de vista de una organización social de progreso, aquel invento era comparable a la invención de la rueda o de la imprenta: sencillamente ese documento estaba llamado a convertir a quien lo respetara y lo siguiera en la práctica, un futuro dorado de afluencia económica, estabilidad política y progreso social.
Pero Latinoamérica no pudo cristalizar las palabras en los hechos. Básicamente, su mentalidad fiscalista y dependiente de "la autoridad" frustró el intento de los constituyentes y convirtió al continente en una de las zonas más pobres del mundo, aún a pesar de que su arquitectura jurídica había sido copiada de la nación más exitosa e innovadora de la historia humana.
Latinoamérica sencillamente NO PUEDE PROCESAR EL EXITO AJENO . Disfrazó con el traje del "interés nacional" lo que no es otra cosa que la ENVIDIA POR EL LOGRO DEL OTRO , por la superación de otro, por el enriquecimiento de otro. Simplemente no puede soportarlo. Por eso no hay "Fords", "Rockefellers" o "Bill Gates" en Latinoamérica, solo hay millonarios esporádicos que no pueden explicar toda su fortuna sin traer a su relato la intervención del Estado o las reglas que, emanadas del Estado, los favorecieron.
La Justicia de nuestros países -empezando por la Argentina, la tierra cuya Constitución más reflejaba la norteamericana- es la responsable de haberle dado luz verde a un orden jurídico que entronizó la envidia y abortó la capacidad individual de crecer sin límites.
Ese karma vivirá por siempre en los estrados judiciales de Latinoamérica: fueron ellos los que podrían haber transformado en realidad las palabras de las Constituciones de América Latina tachando con el lacre de la inconstitucionalidad las leyes que reprimían derechos y que ponían al Estado en lugar del individuo.
Y fueron ellos los que encontraron los vericuetos legales que hicieron posible que leyes que jamás deberían haber contado con su venia destruyeran el sueño latinoamericano de ser hoy una tierra de futuro y esperanza en lugar de haberse convertido en una geografía de repúblicas bananeras.
Hace unos dias falleció David Rockefeller a los 101 años. David era el nieto de John D., el creador de la Standard Oil y quien comenzó una fortuna que supera hoy los 3 billones de dólares.
Cuando a John D. un periodista le preguntó cómo había hecho su primer millón él le respondió así: "¿Ve esa lámpara que está allí?. "Sí" le respondió el periodista. "Pues yo la vi primero", dijo John D.
Seguramente se refería a su idea de patentar por primera vez el uso del kerosene como combustible doméstico, entre otras cosas para utilizarlo en lámparas. El kerosene era, hasta ese momento, poco menos que uno más de los colaterales descartables del petróleo.
Así comenzó parte de su fortuna. Eso ocurrió en los EE.UU., en donde la Constitución y la Justicia garantizan la vigencia de los derechos individuales a la libertad, la propiedad y la búsqueda de la felicidad propia. Si el mismo caso hubiera ocurrido en la Argentina, John D. habría sido confiscado, privado de su derecho y el kerosene declarado material estratégico imprescindible para la seguridad nacional pasando a propiedad del Estado.
En esa diferente apreciación de la Justicia sobre Constituciones muy similares se basa la distancia que media entre el éxito norteamericano y el fracaso argentino.
Este ejemplo no vale lamentablemente solo para nosotros. El resto de las repúblicas latinoamericanas también siguió, al momento de dictar sus Constituciones, el modelo ideado en 1781 en Filadelfia.
Todos sabían que, desde el punto de vista de una organización social de progreso, aquel invento era comparable a la invención de la rueda o de la imprenta: sencillamente ese documento estaba llamado a convertir a quien lo respetara y lo siguiera en la práctica, un futuro dorado de afluencia económica, estabilidad política y progreso social.
Pero Latinoamérica no pudo cristalizar las palabras en los hechos. Básicamente, su mentalidad fiscalista y dependiente de "la autoridad" frustró el intento de los constituyentes y convirtió al continente en una de las zonas más pobres del mundo, aún a pesar de que su arquitectura jurídica había sido copiada de la nación más exitosa e innovadora de la historia humana.
Latinoamérica sencillamente NO PUEDE PROCESAR EL EXITO AJENO . Disfrazó con el traje del "interés nacional" lo que no es otra cosa que la ENVIDIA POR EL LOGRO DEL OTRO , por la superación de otro, por el enriquecimiento de otro. Simplemente no puede soportarlo. Por eso no hay "Fords", "Rockefellers" o "Bill Gates" en Latinoamérica, solo hay millonarios esporádicos que no pueden explicar toda su fortuna sin traer a su relato la intervención del Estado o las reglas que, emanadas del Estado, los favorecieron.
La Justicia de nuestros países -empezando por la Argentina, la tierra cuya Constitución más reflejaba la norteamericana- es la responsable de haberle dado luz verde a un orden jurídico que entronizó la envidia y abortó la capacidad individual de crecer sin límites.
Ese karma vivirá por siempre en los estrados judiciales de Latinoamérica: fueron ellos los que podrían haber transformado en realidad las palabras de las Constituciones de América Latina tachando con el lacre de la inconstitucionalidad las leyes que reprimían derechos y que ponían al Estado en lugar del individuo.
Y fueron ellos los que encontraron los vericuetos legales que hicieron posible que leyes que jamás deberían haber contado con su venia destruyeran el sueño latinoamericano de ser hoy una tierra de futuro y esperanza en lugar de haberse convertido en una geografía de repúblicas bananeras.