El acuerdo para elegir a los altos cargos de la UE que se han cerrado este martes los jefes de los 28 Ejecutivos de la UE dejó varios vencedores, pero difícilmente Europa fue una de las ganadoras. El Partido Popular Europeo consiguió alargar cinco años más (ya serán 20) su control sobre la Comisión Europea. Además, colocará a una de las suyas, (Christine Lagarde) en la otra joya de la corona europea: el BCE. Alemania extiende su poder al enviar a Ursula von der Leyen al Ejecutivo comunitario, cuando su dominio en Europa es escandalosamente obvio. Los alemanes dirigen casi todas las instituciones comunitarias relacionadas con las finanzas y las principales secretarias generales de la maquinaria comunitaria. El presidente francés Emmanuel Macron también pudo celebrar que hundió el proceso de candidato principal (spitzencandidat), por el que tan solo quienes encabezan la lista de los partidos europeos pueden dirigir la Comisión Europea. El grupo de 'duros' Visegrado, sobre todo polacos y húngaros, se felicitaron por haber apartado de la presidencia de la Comisión al socialista Frans Timmermans. El holandés lideró sus procedimientos por violar el Estado de Derecho. Y el eje franco-alemán probó que, en los momentos críticos, continúa marcando el compás.
Con las victorias de unos, la derrota de Europa estaba cantada. El proceso de elección de la cúpula europea será menos transparente y democrático. El poder estará menos repartido entre sus estados miembros y familias políticas. Y los euroescépticos han conseguido probar que pueden apuntarse un tanto en los momentos críticos.
El consuelo llegó gracias a que, por primera vez, serán dos mujeres quienes dirijan el BCE y la Comisión Europea. El equilibrio de género es "una extraordinaria noticia para los que creemos en la igualdad de género" celebró el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Pero este paso adelante apenas sirve para enjaguar todo lo anterior. Más aún cuando Europa encara un futuro complicado, con unas aguas económicas revueltas y un panorama internacional extremadamente volátil.
El acuerdo además erosiona los cimientos del BCE, la institución que jugó el papel fundamental para sacar a Europa de la policrisis que sufrió desde 2008. Con el envío de Lagarde a Francfort, serán ya dos ex ministros quienes estén en la cúpula del BCE, tras el aterrizaje de Luis de Guindos en el eurobanco. Tras la llegada del español, varios países y expertos habían insistido en la necesidad de que la presidencia fuera para un banquero. Más aún cuando los tratados exigen a los elegidos probada experiencia y reputación en asuntos bancarios o monetarios. Unas competencias que resultarán esenciales teniendo en cuenta el riesgo de recesión y la mano firme necesaria para dirigir el ritmo de la normalización monetaria.
Quisiiò.
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Con las victorias de unos, la derrota de Europa estaba cantada. El proceso de elección de la cúpula europea será menos transparente y democrático. El poder estará menos repartido entre sus estados miembros y familias políticas. Y los euroescépticos han conseguido probar que pueden apuntarse un tanto en los momentos críticos.
El consuelo llegó gracias a que, por primera vez, serán dos mujeres quienes dirijan el BCE y la Comisión Europea. El equilibrio de género es "una extraordinaria noticia para los que creemos en la igualdad de género" celebró el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Pero este paso adelante apenas sirve para enjaguar todo lo anterior. Más aún cuando Europa encara un futuro complicado, con unas aguas económicas revueltas y un panorama internacional extremadamente volátil.
El acuerdo además erosiona los cimientos del BCE, la institución que jugó el papel fundamental para sacar a Europa de la policrisis que sufrió desde 2008. Con el envío de Lagarde a Francfort, serán ya dos ex ministros quienes estén en la cúpula del BCE, tras el aterrizaje de Luis de Guindos en el eurobanco. Tras la llegada del español, varios países y expertos habían insistido en la necesidad de que la presidencia fuera para un banquero. Más aún cuando los tratados exigen a los elegidos probada experiencia y reputación en asuntos bancarios o monetarios. Unas competencias que resultarán esenciales teniendo en cuenta el riesgo de recesión y la mano firme necesaria para dirigir el ritmo de la normalización monetaria.
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