La peor hipoteca que puede tener una nación es un niño desnutrido. Por qué el libre comercio y la seguridad alimentaria no son términos contrapuestos.
Tengo 1000 dólares. Estoy en Santiago de Chile. Entro a un Falabella para comprar una notebook Samsung modelo NP470RE-X02. No me alcanza: sale 1034 dólares. El vendedor me dice no importa, si la compra por Internet, tiene un precio bonificado de 953 dólares. Genial. Tengo 1000 dólares. Pero ahora estoy en la ciudad de Buenos Aires. Entro a un Frávega para comprar el mismo modelo de Notebook Samsung (pero ensamblado en el país). No me alcanza: cuesta 1393 dólares. Y no hay ninguna promoción. El vendedor me dice que me apure porque en cualquier momento va a aumentar el precio o bien el stock se puede acabar.
Estoy en Auckland, Nueva Zelanda. Tengo que exportar 1000 toneladas de leche en polvo a China. Debo pagar un arancel de exportación de 4,2% para ingresar a ese mercado gracias al acuerdo de libre comercio que el gobierno de mi nación firmó con China en 2008. Y en 2019 no tendré que pagar más arancel: desaparecerá. Ahora estoy en Rafaela, Argentina, y también tengo que exportar 1000 toneladas de leche en polvo a China. Además de un mayor costo de flete que el de mi competidor neozelandés, debo pagar un arancel del 10% (arancel que será muy superior cuando los chinos logren equilibrar la súper creciente demanda interna del producto).
Las dos situaciones anteriores están absolutamente relacionadas aunque, en apariencia, no tengan nada que ver.
El mundo es una fortaleza arancelaria y para-arancelaria: nadie regala nada a nadie. El objetivo, en todos los casos, es proteger los empleos locales. Si quiero vender trigo no debo hacer mayores esfuerzos porque vienen solos a comprarlo. Pero si me propongo exportar pizzas congeladas, la situación no es tan fácil, porque seguramente nos dirán yo puedo comprar trigo y producir las pizzas aquí para generar trabajo, a menos que vos me dejes exportar a tu país productos con valor agregado sin restricciones,
¿qué te parece? Si la respuesta es ni en pedo, entonces no exportamos una sola pizza congelada. Pero si la respuesta es Ok, yo te dejo entrar estos productos tuyos a cambio de que vos me dejes exportar estos otros, podemos hacer negocios.
Así es como funciona el mundo: para exportar trabajo es necesario sentarse a negociar para importar trabajo de otros orígenes. Los más avivados en ese sentido son los chilenos: ya firmaron trece acuerdos de libre comercio con muchas de las principales naciones del orbe.
Los denominados “acuerdos de libre comercio” tienen un doble beneficio: permiten incrementar el acceso a mercados externos de los bienes propios al tiempo que abarata todos los productos provenientes de la nación contraparte. Los empresarios pueden vender más. Y los asalariados pueden hacer que su sueldo rinda más.
Por supuesto: es necesario elegir qué sectores vamos a potenciar y cuáles vamos a ceder. En el caso argentino la respuesta a la primera pregunta es obvia: los alimentos. La fórmula es muy sencilla. Más exportación. Más precio. Más producción.
Esta es la parte del artículo en la cual los analfabetos intelectuales dicen, pero cómo, si hacemos eso matamos a todos de hambre, lo primero es darle de comer a la gente y bla, bla. El analfabeto intelectual cree que si el precio, por ejemplo, de la leche sube mucho, es necesario perjudicar de alguna manera a la lechería para asegurar el bienestar de la población.
Pero para brindar seguridad alimentaria a la población no es necesario destruir nada. Sólo se requeriría brindar una suerte de tarjeta de débito a las familias de bajos ingresos para que puedan comprar, sin restricciones, todos los alimentos que necesiten. Así de fácil.
Con esa tarjeta alimentaria podríamos acabar con el hambre. Pero ya no serían necesarios los punteros políticos. Y la Oligarquía Populista comenzaría a experimentar grandes dificultades para seguir aprovechándose, con fines partidarios, de la desesperación de los pobres.
Así llegamos a esto que somos: un país que depende de la suerte de una cosecha de soja. Qué no puede disponer de las divisas necesarias para defender el valor de su propia moneda o garantizar la provisión de insumos básicos que no se producen aquí. Y que ensambla productos carísimos que podrían importarse a un costo sustancialmente inferior a cambio de crear nuevos mercados que generen más empresas y empleos genuinos en aquellos sectores en los que sí somos competitivos.
La clave es hacer de la seguridad alimentaria una Política de Estado (y no partidaria). La peor hipoteca que puede tener una nación es un niño desnutrido (para entender porqué, busquen en la web videos de conferencias del director de la Fundación Conin Abel Albino).
Ya lo dijo el filósofo bonaerense Daniel Scioli: con la comida no se jode. Esperemos que alguien, en algún momento, lo ponga en práctica.
Fuente:Ezequiel Tambornini.
Tengo 1000 dólares. Estoy en Santiago de Chile. Entro a un Falabella para comprar una notebook Samsung modelo NP470RE-X02. No me alcanza: sale 1034 dólares. El vendedor me dice no importa, si la compra por Internet, tiene un precio bonificado de 953 dólares. Genial. Tengo 1000 dólares. Pero ahora estoy en la ciudad de Buenos Aires. Entro a un Frávega para comprar el mismo modelo de Notebook Samsung (pero ensamblado en el país). No me alcanza: cuesta 1393 dólares. Y no hay ninguna promoción. El vendedor me dice que me apure porque en cualquier momento va a aumentar el precio o bien el stock se puede acabar.
Estoy en Auckland, Nueva Zelanda. Tengo que exportar 1000 toneladas de leche en polvo a China. Debo pagar un arancel de exportación de 4,2% para ingresar a ese mercado gracias al acuerdo de libre comercio que el gobierno de mi nación firmó con China en 2008. Y en 2019 no tendré que pagar más arancel: desaparecerá. Ahora estoy en Rafaela, Argentina, y también tengo que exportar 1000 toneladas de leche en polvo a China. Además de un mayor costo de flete que el de mi competidor neozelandés, debo pagar un arancel del 10% (arancel que será muy superior cuando los chinos logren equilibrar la súper creciente demanda interna del producto).
Las dos situaciones anteriores están absolutamente relacionadas aunque, en apariencia, no tengan nada que ver.
El mundo es una fortaleza arancelaria y para-arancelaria: nadie regala nada a nadie. El objetivo, en todos los casos, es proteger los empleos locales. Si quiero vender trigo no debo hacer mayores esfuerzos porque vienen solos a comprarlo. Pero si me propongo exportar pizzas congeladas, la situación no es tan fácil, porque seguramente nos dirán yo puedo comprar trigo y producir las pizzas aquí para generar trabajo, a menos que vos me dejes exportar a tu país productos con valor agregado sin restricciones,
¿qué te parece? Si la respuesta es ni en pedo, entonces no exportamos una sola pizza congelada. Pero si la respuesta es Ok, yo te dejo entrar estos productos tuyos a cambio de que vos me dejes exportar estos otros, podemos hacer negocios.
Así es como funciona el mundo: para exportar trabajo es necesario sentarse a negociar para importar trabajo de otros orígenes. Los más avivados en ese sentido son los chilenos: ya firmaron trece acuerdos de libre comercio con muchas de las principales naciones del orbe.
Los denominados “acuerdos de libre comercio” tienen un doble beneficio: permiten incrementar el acceso a mercados externos de los bienes propios al tiempo que abarata todos los productos provenientes de la nación contraparte. Los empresarios pueden vender más. Y los asalariados pueden hacer que su sueldo rinda más.
Por supuesto: es necesario elegir qué sectores vamos a potenciar y cuáles vamos a ceder. En el caso argentino la respuesta a la primera pregunta es obvia: los alimentos. La fórmula es muy sencilla. Más exportación. Más precio. Más producción.
Esta es la parte del artículo en la cual los analfabetos intelectuales dicen, pero cómo, si hacemos eso matamos a todos de hambre, lo primero es darle de comer a la gente y bla, bla. El analfabeto intelectual cree que si el precio, por ejemplo, de la leche sube mucho, es necesario perjudicar de alguna manera a la lechería para asegurar el bienestar de la población.
Pero para brindar seguridad alimentaria a la población no es necesario destruir nada. Sólo se requeriría brindar una suerte de tarjeta de débito a las familias de bajos ingresos para que puedan comprar, sin restricciones, todos los alimentos que necesiten. Así de fácil.
Con esa tarjeta alimentaria podríamos acabar con el hambre. Pero ya no serían necesarios los punteros políticos. Y la Oligarquía Populista comenzaría a experimentar grandes dificultades para seguir aprovechándose, con fines partidarios, de la desesperación de los pobres.
Así llegamos a esto que somos: un país que depende de la suerte de una cosecha de soja. Qué no puede disponer de las divisas necesarias para defender el valor de su propia moneda o garantizar la provisión de insumos básicos que no se producen aquí. Y que ensambla productos carísimos que podrían importarse a un costo sustancialmente inferior a cambio de crear nuevos mercados que generen más empresas y empleos genuinos en aquellos sectores en los que sí somos competitivos.
La clave es hacer de la seguridad alimentaria una Política de Estado (y no partidaria). La peor hipoteca que puede tener una nación es un niño desnutrido (para entender porqué, busquen en la web videos de conferencias del director de la Fundación Conin Abel Albino).
Ya lo dijo el filósofo bonaerense Daniel Scioli: con la comida no se jode. Esperemos que alguien, en algún momento, lo ponga en práctica.
Fuente:Ezequiel Tambornini.