Sesenta años de guerra civil concluyó con el triunfo del puerto de Buenos Aires y de los hacendados bonaerenses.
La disputa fue atravesada por crueldades extremas y debates donde los contendientes no ahorraban adjetivos extremadamente descalificativos. El fusilamiento de Dorrego por Lavalle, incitado por la pandilla portuaria; el arrasamiento del norte argentino y el asesinato o el destierro de sus caudillos; la infame Guerra de la Triple Alianza para destruir el mal ejemplo del Paraguay, el estado más avanzado del siglo XIX, son apenas algunas muestras de una larga y sangrienta historia.
En la confrontación dialéctica, para tomar un solo caso, la polémica entre Sarmiento y Alberdi, además de la exposición de argumentos de ambos, el primero lo increpaba con descalificaciones tales como: “mentecato que no sabe montar a caballo, abate por sus modales, mujer por la voz, conejo por el miedo y eunuco por sus aspiraciones políticas”.
El proyecto agroexportador triunfante, con la vocación de colonia próspera complementaria de la metrópoli británica, necesitaba de población y de ahí nació la política de inmigración para satisfacer la necesidad de los servicios fundamentales y el consiguiente nacimiento de una clase media que encontraría su expresión política en Hipólito Yrigoyen que accedió al gobierno después de una larga y prolongada lucha que pasaba por la combinación de levantamientos armados y la abstención electoral. El caudillo radical la sintetizaba en la lucha de la “causa contra el régimen”. Y ahí apareció lo que en términos actuales se denominaría “la grieta” levantada por las clases altas ante la irrupción de las clases medias. La crisis de 1929 terminó con el primer gobierno popular y el establishment adoptó una política proteccionista para defender sus intereses y en contra de sus principios. Como consecuencia de la necesidad de mano de obra para la incipiente industria nacional, irrumpieron los descendientes de los derrotados de las guerras civiles argentinas, y cuando fue desplazado Perón, se movilizaron protagonizando un inolvidable 17 de octubre. La consecuencia: rescataron al futuro presidente, metieron las patas en la fuente y la historia hizo un clivaje. Otra vez, las clases medias y altas sintieron que la movilidad social ascendente producía una grieta en la sociedad argentina. Si los cabecitas negras accedían a muchos de los beneficios de las clases medias, éstas terminaban asimiladas a “los negros”, de los cuales necesitaban diferenciarse para reafirmar su identidad. La discriminación contra el cabecita negra ha atravesado las décadas y permanece viva hasta el presente. Lo que la fragmentación social ha producido, fruto de diversos cataclismos económicos, es la discriminación dentro de los mismos segmentos sociales. Lo que hace realidad aquel acierto del líder sudafricano asesinado Stephen Biko: “El arma más poderosa del opresor es la mente del oprimido”
Retomemos el hilo de la historia. Para volver las cosas a la pretendida ley natural del poder concentrado, se bombardeó Plaza de Mayo; y cuando ganaron en septiembre de 1955, se proscribió y fusiló, enarbolando banderas de reconciliación y republicanismo. Como la sociedad surgida del peronismo tenía una lozanía y resistencia admirable, se intentó brutalmente concretar el objetivo de volver al modelo vigente en el Primer Centenario, destruyendo el modelo de sustitución de importaciones mediante los golpes establishment-militar de 1966 y 1976. En este último quedó exteriorizado hasta dónde podía llegar el poder económico concentrado: secuestros, torturas, campos de concentración, apropiación de bebés y de las propiedades de los desaparecidos.
Es interesante señalar que la idea de “la grieta” estuvo presente en el peronismo pero no en la dictadura. Cuando gobierno y poder económico coincidieron como en el menemismo y la Alianza, nadie sostuvo la idea de la grieta. Renace con el kirchnerismo, cuando nuevamente los sectores populares tienen su primavera.
En términos económicos, cuando baja la tasa de ganancia del capital o crece la participación de los sectores populares en la distribución del ingreso, el establishment se acuerda de la grieta, seduce a los sectores medios y se inicia la ofensiva de desestabilización o cercamiento para desplazarlo o hacerlo hocicar.
Esto lo describe el economista Eduardo Basualdo en “Estudios de la historia económica argentina desde mediados del siglo XX a la actualidad” (pagina 52): “El principio del fin del gobierno peronista comenzó cuando la rentabilidad obtenida por las fracciones industriales dominantes comienza a descender. Entiéndase bien, a disminuir respecto de “la época de oro” (40% de rentabilidad sobre el capital invertido en 1949 por las subsidiarias extranjeras) ya que seguía siendo notablemente alta en términos históricos e internacionales (entre el 17 y 18% en 1952 y 1953). Ante esta situación, y tal como lo harán sistemáticamente en los posteriores, las fracciones dominantes del capital llevaron a cabo una ofensiva política, ideológica y económica, para instalar socialmente la convicción de que el problema radicaba en los excesivos gastos estatales y en el elevado nivel de los salarios”
La disputa fue atravesada por crueldades extremas y debates donde los contendientes no ahorraban adjetivos extremadamente descalificativos. El fusilamiento de Dorrego por Lavalle, incitado por la pandilla portuaria; el arrasamiento del norte argentino y el asesinato o el destierro de sus caudillos; la infame Guerra de la Triple Alianza para destruir el mal ejemplo del Paraguay, el estado más avanzado del siglo XIX, son apenas algunas muestras de una larga y sangrienta historia.
En la confrontación dialéctica, para tomar un solo caso, la polémica entre Sarmiento y Alberdi, además de la exposición de argumentos de ambos, el primero lo increpaba con descalificaciones tales como: “mentecato que no sabe montar a caballo, abate por sus modales, mujer por la voz, conejo por el miedo y eunuco por sus aspiraciones políticas”.
El proyecto agroexportador triunfante, con la vocación de colonia próspera complementaria de la metrópoli británica, necesitaba de población y de ahí nació la política de inmigración para satisfacer la necesidad de los servicios fundamentales y el consiguiente nacimiento de una clase media que encontraría su expresión política en Hipólito Yrigoyen que accedió al gobierno después de una larga y prolongada lucha que pasaba por la combinación de levantamientos armados y la abstención electoral. El caudillo radical la sintetizaba en la lucha de la “causa contra el régimen”. Y ahí apareció lo que en términos actuales se denominaría “la grieta” levantada por las clases altas ante la irrupción de las clases medias. La crisis de 1929 terminó con el primer gobierno popular y el establishment adoptó una política proteccionista para defender sus intereses y en contra de sus principios. Como consecuencia de la necesidad de mano de obra para la incipiente industria nacional, irrumpieron los descendientes de los derrotados de las guerras civiles argentinas, y cuando fue desplazado Perón, se movilizaron protagonizando un inolvidable 17 de octubre. La consecuencia: rescataron al futuro presidente, metieron las patas en la fuente y la historia hizo un clivaje. Otra vez, las clases medias y altas sintieron que la movilidad social ascendente producía una grieta en la sociedad argentina. Si los cabecitas negras accedían a muchos de los beneficios de las clases medias, éstas terminaban asimiladas a “los negros”, de los cuales necesitaban diferenciarse para reafirmar su identidad. La discriminación contra el cabecita negra ha atravesado las décadas y permanece viva hasta el presente. Lo que la fragmentación social ha producido, fruto de diversos cataclismos económicos, es la discriminación dentro de los mismos segmentos sociales. Lo que hace realidad aquel acierto del líder sudafricano asesinado Stephen Biko: “El arma más poderosa del opresor es la mente del oprimido”
Retomemos el hilo de la historia. Para volver las cosas a la pretendida ley natural del poder concentrado, se bombardeó Plaza de Mayo; y cuando ganaron en septiembre de 1955, se proscribió y fusiló, enarbolando banderas de reconciliación y republicanismo. Como la sociedad surgida del peronismo tenía una lozanía y resistencia admirable, se intentó brutalmente concretar el objetivo de volver al modelo vigente en el Primer Centenario, destruyendo el modelo de sustitución de importaciones mediante los golpes establishment-militar de 1966 y 1976. En este último quedó exteriorizado hasta dónde podía llegar el poder económico concentrado: secuestros, torturas, campos de concentración, apropiación de bebés y de las propiedades de los desaparecidos.
Es interesante señalar que la idea de “la grieta” estuvo presente en el peronismo pero no en la dictadura. Cuando gobierno y poder económico coincidieron como en el menemismo y la Alianza, nadie sostuvo la idea de la grieta. Renace con el kirchnerismo, cuando nuevamente los sectores populares tienen su primavera.
En términos económicos, cuando baja la tasa de ganancia del capital o crece la participación de los sectores populares en la distribución del ingreso, el establishment se acuerda de la grieta, seduce a los sectores medios y se inicia la ofensiva de desestabilización o cercamiento para desplazarlo o hacerlo hocicar.
Esto lo describe el economista Eduardo Basualdo en “Estudios de la historia económica argentina desde mediados del siglo XX a la actualidad” (pagina 52): “El principio del fin del gobierno peronista comenzó cuando la rentabilidad obtenida por las fracciones industriales dominantes comienza a descender. Entiéndase bien, a disminuir respecto de “la época de oro” (40% de rentabilidad sobre el capital invertido en 1949 por las subsidiarias extranjeras) ya que seguía siendo notablemente alta en términos históricos e internacionales (entre el 17 y 18% en 1952 y 1953). Ante esta situación, y tal como lo harán sistemáticamente en los posteriores, las fracciones dominantes del capital llevaron a cabo una ofensiva política, ideológica y económica, para instalar socialmente la convicción de que el problema radicaba en los excesivos gastos estatales y en el elevado nivel de los salarios”