El Cronista de hoy.
El peronismo fantasea con un cisne negro económico.
Daniel Montoya
(politologo)
"Lo veo a Macri como un gran ministro de obras públicas, pero no como presidente", sentenció allá por 2014 un reconocido empresario top 10 del rubro alimenticio en el marco de un almuerzo privado. Hasta el día de hoy, la última encuesta de Gustavo Córdoba & Asociados a escala nacional, no desmiente la profecía de aquel reconocido hombre de negocios del interior.
En el ámbito de la gestión, la mejora de los servicios y obras públicas es el único rubro "duro" aludido en el discurso ante la asamblea legislativa, donde hoy Macri obtiene un diferencial positivo de imagen. En las otras dimensiones tangibles aludidas en su mensaje de apertura, tal como crecimiento, inversiones, acceso a la vivienda y poder de compra de los salarios, el presidente no aprueba ni raspando. "Vuelva en diciembre o directo en marzo", es la devolución predominante de la opinión pública nacional.
Sin embargo, a la hora de analizar las chances futuras de Macri, sería un error acotarlas a la evolución de aquellas variables mencionadas. El Presidente enfrenta hoy un contexto político que le resulta bien familiar a partir de su experiencia al frente del Boca Juniors más exitoso de la historia. Aunque el equipo conducido por Carlos Bianchi no encandilaba, resultaba casi imposible darle vuelta un partido cuando arrancaba ganando. La reciente victoria de Cambiemos sobre Cristina, la principal líder del peronismo en la provincia de Buenos Aires, no deja lugar a dudas.
El oficialismo administra una ventaja que disminuye seriamente las posibilidades de la oposición, más aún cuando su principal figura en ese distrito, María Eugenia Vidal, no muestra ningún signo de fatiga política sino lo contrario. En cualquiera de los sondeos que maneja la propia oposición, caso Analía del Franco, la actual gobernadora bonaerense ronda hoy los 60 puntos de imagen positiva.
Ello compromete las posibilidades de cualquiera de los dos candidatos con más chapa que pudiera parar el peronismo en ese distrito, llámese Sergio Massa o Florencio Randazzo, así como incentiva a la oposición a imaginar un escenario donde un eventual estallido económico le resuelva en 2019 gran parte de los problemas que no puede solucionarle la política. Tal necesidad se vuelve más imperiosa cuando Macri acaba de sacudir el tablero político con una serie de iniciativas simbólicas como la legalización del aborto y la equidad salarial de género, que ayudarán este año al gobierno a capear el temporal de caída de popularidad, de idéntico modo que la propuesta de matrimonio igualitario atenuó la malaria del gobierno de Cristina Kirchner en 2010 o el estímulo a la liberalización del consumo de marihuana en algunos estados americanos como Colorado y Washington, contribuyó a que Obama suavizara el bajón de 2012.
Lo que la política non da, la economía non presta
Los peronistas que fantasean con que la economía puede sentarlos mágicamente en el poder nuevamente, en un suerte de remake de 1989 o 2001, olvidan que el vía crucis es un recorrido de 15 estaciones que arranca por la primera y no por la décima etapa. En el caso del primer gran quiebre económico y recuperación del gobierno, el peronismo arrancó plantando la semilla renovadora en 1985 con un segundo puesto en la elección legislativa de la provincia de Buenos Aires, para luego recuperar la gobernación en ese distrito decisivo en los comicios provinciales de 1987. En 2001, aún con un proceso de crisis y cambio de signo político acelerado, el peronismo igual tuvo que validar sus credenciales con un triunfo en las elecciones legislativas de octubre.
Dicho análisis no invalida la posibilidad de que un eventual crack, vaticinado por economistas de diferente extracción ideológica, termine facilitando el armado veloz de coaliciones de votantes afectados por el aumento de los bienes de la canasta básica, la suba de las tarifas de gas, luz y transporte o el incremento de las cuotas de créditos hipotecarios indexados por inflación, entre otros posibles grupos. Sin embargo, aunque se concretara la advertencia de Javier Milei con su "¡iceberg allá vamos!", de Juan Carlos de Pablo con su "así como vamos, chocamos" o de Axel Kicillof diciendo que "son las mismas políticas neoliberales que nos llevaron al 2001", ello no significa que la actual configuración del peronismo pueda capitalizar políticamente dicha circunstancia.
En caso de que Cambiemos tuviese que pasar de sus coloridos timbreos a jugar al ring raje, tal cual lo advirtiera el actual presidente de la Cámara de Diputados Emilio Monzó, el peronismo hoy tendría tantas chances de llegar al poder como el Frente de Izquierda y de los Trabajadores. En tal sentido, a la principal fuerza opositora argentina no le queda otra que emprender el largo camino, aunque sea acelerado, de una renovación en serio, evitando la tentación de pensar que la actualización pasa por dejar o sacarse la barba, cambiar la camisa oscura por una blanca o, peor aún, copiar nuevos formatos de comunicación política que no hacen juego con los personajes gastados que los encarnan.