Retomando las palabras de Bisang, vale la pena detenerse por un instante en ‘el servicio ecosistémico de captura de carbono’. La agricultura es señalada a menudo como uno de los sectores que más contribuye al cambio climático. Sin embargo, con prácticas sustentables como la siembra directa, la rotación de cultivos, los cultivos de servicio y la integración con la ganadería, puede lograr el tan ansiado efecto inverso de secuestrar carbono en el suelo, uno de los métodos más efectivos para combatir el cambio climático. Y a la vez, puede ser una fuente de ingreso para los agricultores a través del mercado mundial de compensaciones voluntarias de carbono (MVC).
Muchas empresas que quieren mejorar su desempeño ambiental, pero por algún motivo no pueden reducir su huella de carbono en la práctica, están dispuestas a pagarle a un tercero para que neutralice sus emisiones. La Compensación de Carbono (crédito o bono de carbono) es el instrumento financiero, que se mide en toneladas de CO2, que regula estas operaciones. Un crédito de carbono equivale a una tonelada de CO2 secuestrada y certificada por proyectos de carbono válidos y verificados.
El pionero en impulsar el mercado de carbono en la agricultura fue la startup de origen estadounidense, Indigo Ag, a través de su plataforma Indigo Carbon. A mediados de octubre, la compañía emitió un comunicado presentando las primeras siete empresas en sumarse a la iniciativa. Acordaron pagar U$S 20 por tonelada de dióxido de carbono (CO2) equivalente secuestrado en el suelo o disminuido durante la campaña agrícola 2020. Para la temporada 2021, Indigo invitó a inscribirse al programa a productores de cereales de 21 Estados de EE.UU., a los que les está ofreciendo un mínimo de U$S 10 por crédito de carbono. La tasa podría subir si hay una mayor demanda de créditos.
Para hacerse del bono, un agricultor debe iniciar sesión en el sitio web de Indigo con las coordenadas de su granja y enviar un conjunto de lecturas a intervalos regulares. Se analizarán estos datos y los del suelo. Luego de una auditoría, realizada por un tercero independiente, se comercializarán los créditos de carbono verificados. De esta forma, un agricultor podría obtener de 5 a 8 créditos o al menos U$S 50-80 por hectárea durante 10 años. Una cifra nada despreciable.
En la misma línea, Bayer anunció que a partir de julio de este año recompensará a unos 1.200 agricultores de Brasil y Estados Unidos, por unas 200 mil hectáreas, por adoptar prácticas sustentables que ayuden a reducir la huella de carbono. La Iniciativa de Carbono de Bayer es el último avance en su camino para lograr los compromisos de sostenibilidad dirigidos a reducir sus emisiones de GEI en 30% para 2030. Durante el Congreso de AAPRESID, celebrado de forma virtual en agosto, el director de Asuntos Corporativos y Sustentabilidad para América Latina de Bayer, Alejandro Girardi, informó que planea traer este programa a la Argentina a partir del próximo año.
En Canadá, la empresa Praire Clean Energy (PCE), ha creado una nueva fuente de ingresos para los agricultores. Les está comprando a los productores de lino de la provincia de Saskatchewan sus rastrojos en forma de fardos cúbicos o cilíndricos, que utiliza para producir energía. Los ‘farmers’ canadienses suelen quemar la paja de lino de forma controlada luego de la cosecha para evitar incendios mayores durante la época de sequía. PCE retira los fardos del campo del productor y el precio que paga por ellos depende de la distancia a su planta y de si tiene que prestarle o no el servicio de enfardado.
Recientemente, en Venado Tuerto, Seeds Energy acaba de inaugurar una nueva central térmica de producción de electricidad a partir de marlos y chala de maíz que descartan los semilleros vecinos. Es la segunda de la empresa y es idéntica a la que posee en Pergamino, que se encuentra operando desde hace unos pocos meses. Ambas plantas cuentan con una potencia instalada de 2,5 MW eléctricos cada una.
El maíz producido para la elaboración de semillas, a diferencia del que se produce para grano, se debe cosechar en espiga y con alta humedad para no afectar su poder germinativo. Para ello se utilizan cosechadoras especiales que cuidan al máximo la integridad de los granos. Una vez que la espiga llega al semillero, ingresa a un proceso de secado muy cuidadoso. Cuando alcanza la humedad requerida, se trilla en forma estacionaria para separar las semillas del marlo y la chala.
El potencial de los rastrojos para generar energía es enorme. Pero una cosa es cuando hay un enorme volumen concentrado, como es el caso de Seed Energy -que ubicó sus plantas en los dos polos semilleros más importantes del país-, y otra cuando la biomasa está desparramada en el campo. Hay que recogerla del suelo y trasladarla hasta su lugar de procesamiento. Y es precisamente este aspecto el que ha hecho fracasar enormes inversiones, como el proyecto Liberty en EE.UU., que demandó casi USD 300 millones para producir 100.000 m3 de bioetanol por año a partir de 285 mil toneladas de rastrojos de maíz. Recientemente POET, la empresa que lo llevó adelante, informó el cierre definitivo de la planta luego de 7 años sin lograr producir más que un puñado de litros.
Algunos ingenieros agrónomos cuestionan la extracción de biomasa de rastrojos de los suelos, por el aporte que tienen a la salud del mismo. Estudios elaborados para las plantas de bioetanol celulósico de EE.UU. indicaron que en la medida que se disminuye la intensidad del laboreo se reduce la tasa de oxidación de la materia orgánica y permite aumentar el volumen de retiro de rastrojo.
Del mismo modo, el creciente potencial de rendimiento de los cultivos, que tiene una relación lineal con la cantidad de rastrojo, brinda mayores posibilidades de extraer biomasa sin afectar la sustentabilidad. Un tema que reviste particular importancia para la Argentina, donde se ha generalizado el sistema de siembra bajo cubierta de rastrojo, al mismo tiempo que se incrementó el potencial de rendimiento gracias a los nuevos paquetes tecnológicos y el mayor uso de fertilizantes.
El marlo y la chala representan apenas el 20% en peso de los rastrojos de maíz. En las casi 6 millones de hectáreas que se sembrarán con maíz, el valor la energía que podría obtenerse de supera ampliamente los USD mil millones. Una cifra muy atractiva. Pero claro, antes hay que superar los desafíos logísticos.
....ladran Sancho ....algo esta en marcha ...
Muchas empresas que quieren mejorar su desempeño ambiental, pero por algún motivo no pueden reducir su huella de carbono en la práctica, están dispuestas a pagarle a un tercero para que neutralice sus emisiones. La Compensación de Carbono (crédito o bono de carbono) es el instrumento financiero, que se mide en toneladas de CO2, que regula estas operaciones. Un crédito de carbono equivale a una tonelada de CO2 secuestrada y certificada por proyectos de carbono válidos y verificados.
El pionero en impulsar el mercado de carbono en la agricultura fue la startup de origen estadounidense, Indigo Ag, a través de su plataforma Indigo Carbon. A mediados de octubre, la compañía emitió un comunicado presentando las primeras siete empresas en sumarse a la iniciativa. Acordaron pagar U$S 20 por tonelada de dióxido de carbono (CO2) equivalente secuestrado en el suelo o disminuido durante la campaña agrícola 2020. Para la temporada 2021, Indigo invitó a inscribirse al programa a productores de cereales de 21 Estados de EE.UU., a los que les está ofreciendo un mínimo de U$S 10 por crédito de carbono. La tasa podría subir si hay una mayor demanda de créditos.
Para hacerse del bono, un agricultor debe iniciar sesión en el sitio web de Indigo con las coordenadas de su granja y enviar un conjunto de lecturas a intervalos regulares. Se analizarán estos datos y los del suelo. Luego de una auditoría, realizada por un tercero independiente, se comercializarán los créditos de carbono verificados. De esta forma, un agricultor podría obtener de 5 a 8 créditos o al menos U$S 50-80 por hectárea durante 10 años. Una cifra nada despreciable.
En la misma línea, Bayer anunció que a partir de julio de este año recompensará a unos 1.200 agricultores de Brasil y Estados Unidos, por unas 200 mil hectáreas, por adoptar prácticas sustentables que ayuden a reducir la huella de carbono. La Iniciativa de Carbono de Bayer es el último avance en su camino para lograr los compromisos de sostenibilidad dirigidos a reducir sus emisiones de GEI en 30% para 2030. Durante el Congreso de AAPRESID, celebrado de forma virtual en agosto, el director de Asuntos Corporativos y Sustentabilidad para América Latina de Bayer, Alejandro Girardi, informó que planea traer este programa a la Argentina a partir del próximo año.
En Canadá, la empresa Praire Clean Energy (PCE), ha creado una nueva fuente de ingresos para los agricultores. Les está comprando a los productores de lino de la provincia de Saskatchewan sus rastrojos en forma de fardos cúbicos o cilíndricos, que utiliza para producir energía. Los ‘farmers’ canadienses suelen quemar la paja de lino de forma controlada luego de la cosecha para evitar incendios mayores durante la época de sequía. PCE retira los fardos del campo del productor y el precio que paga por ellos depende de la distancia a su planta y de si tiene que prestarle o no el servicio de enfardado.
Recientemente, en Venado Tuerto, Seeds Energy acaba de inaugurar una nueva central térmica de producción de electricidad a partir de marlos y chala de maíz que descartan los semilleros vecinos. Es la segunda de la empresa y es idéntica a la que posee en Pergamino, que se encuentra operando desde hace unos pocos meses. Ambas plantas cuentan con una potencia instalada de 2,5 MW eléctricos cada una.
El maíz producido para la elaboración de semillas, a diferencia del que se produce para grano, se debe cosechar en espiga y con alta humedad para no afectar su poder germinativo. Para ello se utilizan cosechadoras especiales que cuidan al máximo la integridad de los granos. Una vez que la espiga llega al semillero, ingresa a un proceso de secado muy cuidadoso. Cuando alcanza la humedad requerida, se trilla en forma estacionaria para separar las semillas del marlo y la chala.
El potencial de los rastrojos para generar energía es enorme. Pero una cosa es cuando hay un enorme volumen concentrado, como es el caso de Seed Energy -que ubicó sus plantas en los dos polos semilleros más importantes del país-, y otra cuando la biomasa está desparramada en el campo. Hay que recogerla del suelo y trasladarla hasta su lugar de procesamiento. Y es precisamente este aspecto el que ha hecho fracasar enormes inversiones, como el proyecto Liberty en EE.UU., que demandó casi USD 300 millones para producir 100.000 m3 de bioetanol por año a partir de 285 mil toneladas de rastrojos de maíz. Recientemente POET, la empresa que lo llevó adelante, informó el cierre definitivo de la planta luego de 7 años sin lograr producir más que un puñado de litros.
Algunos ingenieros agrónomos cuestionan la extracción de biomasa de rastrojos de los suelos, por el aporte que tienen a la salud del mismo. Estudios elaborados para las plantas de bioetanol celulósico de EE.UU. indicaron que en la medida que se disminuye la intensidad del laboreo se reduce la tasa de oxidación de la materia orgánica y permite aumentar el volumen de retiro de rastrojo.
Del mismo modo, el creciente potencial de rendimiento de los cultivos, que tiene una relación lineal con la cantidad de rastrojo, brinda mayores posibilidades de extraer biomasa sin afectar la sustentabilidad. Un tema que reviste particular importancia para la Argentina, donde se ha generalizado el sistema de siembra bajo cubierta de rastrojo, al mismo tiempo que se incrementó el potencial de rendimiento gracias a los nuevos paquetes tecnológicos y el mayor uso de fertilizantes.
El marlo y la chala representan apenas el 20% en peso de los rastrojos de maíz. En las casi 6 millones de hectáreas que se sembrarán con maíz, el valor la energía que podría obtenerse de supera ampliamente los USD mil millones. Una cifra muy atractiva. Pero claro, antes hay que superar los desafíos logísticos.
....ladran Sancho ....algo esta en marcha ...