Hace mas de una década atrás, al tomar el mando del país, un presidente decía que la Argentina estaba "quebrada y fundida". Era Eduardo Duhalde, el quinto mandatario que asumía en el lapso de doce días, en medio de la crisis financiera y social, la violencia, los cacerolazos y del pedido de "que se vayan todos".
Tras la cinematográfica salida de Fernando De la Rúa de la Casa Rosada en helicóptero y en medio del ahogo económico, una Asamblea Legislativa se había embarcado en la tarea de buscar una salida a la crisis institucional.
Una semana antes de la asunción de Duhalde había sido nombrado Adolfo Rodríguez Saá gracias al apoyo recibido del fortalecido PJ. La discusión que se daba entre los dirigentes era si convocar a elecciones el 3 de marzo de 2002 o designar a un presidente que completara el mandato de De la Rúa, hasta diciembre de 2003.
Rodríguez Saá recibió la banda y el bastón presidencial el 23 de diciembre de manos del presidente provisional del Senado, Ramón Puerta, que había ejercido el Poder Ejecutivo por 48 horas. "¡Vamos a tomar el toro por las astas!", exclamó el puntano ante una asamblea exaltada. Buscaba contrastar con la gestión saliente de De la Rúa, que dejó a 39 muertos en sus últimas trágicas jornadas.
En su discurso, parecía que Rodríguez Saá había llegado para quedarse. Anunció la suspensión de pagos de la deuda externa, dijo que que mantendrá la convertibilidad y que advirtió que crearía una tercera moneda.
"Vengo a trabajar, trabajar y trabajar", dijo el mandatario en su primer día en el poder. Se acercaba la nochebuena y dirigentes entraban y salían sin pausa de la Casa Rosada: Duhalde le dijo que estaba a su disposición y Carlos Menem propició que se quedara en la presidencia hasta 2003.
No obstante, cualquier especulación quedaría descartada pocos días después. En la madrugada del sábado 29, Rodríguez Saá fue blanco del primer cacerolazo y se le borró la sonrisa. Los argentinos estaban hastiados del "corralito" que regía sobre los depósitos bancarios y se multiplicaban los saqueos y los incidentes.
El pleno del gabinete del puntano presentó su renuncia y el domingo 30 por la noche, el presidente presentó su renuncia frente a las cámaras, pero desde San Luis. "Los lobos o los lobbies que andan sueltos no han entendido la esencia de los nuevos tiempos", dijo en un mensaje difundido por cadena nacional.
Un poder que quemaba
Las previas al año nuevo fueron horas de desconcierto y desolación. Debió asumir como provisionalmente Eduardo Camaño, quien era presidente de la Cámara baja, ya que Puerta, titular del Senado, había renunciado. Era tal la confusión que Camaño expresó a una radio porteña que Rodríguez Saá continuaba en ejercicio hasta que fuera designado su sucesor.
No obstante, el diputado quedó formalmente en el cargo durante 42 horas, en las que convocó a la nueva reunión de la Asamblea Legislativa, el 1° de enero, para elegir al presidente, tal como lo indicaba la ley de Acefalía.
En la danza de nombres, quien sonaba más fuerte era Duhalde, aunque también se mencionaban las postulaciones de los por entonces gobernadores Carlos Ruckauf, de Buenos Aires, y José Manuel de la Sota, de Córdoba. El sector del PJ que impulsaba a Duhalde, pretendía un gobierno de "unidad nacional" y comenzó a entablar contactos con el radicalismo, el Frepaso y con la diputada Elisa Carrió. Desde Villa Gesell, la por entonces líder del ARI les respondió que lo que estaba en crisis eran "ellos mismos".
Finalmente, el 1° se reunió la Asamblea Legislativa que tomaría la decisión definitiva. Esa mañana, Duhalde mantuvo en su domicilio reuniones con sus más estrechos colaboradores para lograr ser consagrado como presidente hasta el 2003. Ruckauf y el economista Jorge Remes Lenicov, que luego sería su ministro de Hacienda y anunciaría el "corralón", fueron algunos de sus visitantes.
Tras cinco horas de sesión, el Congreso eligió al bonaerense para que finalice el mandato que dejó inconcluso Fernando De la Rúa. En una sala contigua, Duhalde redactó el discurso en el que definía su plan de gobierno.
"Este gobierno que empieza hoy se propone alcanzar tres objetivos básicos: reconstruir la autoridad política e institucional, garantizar la paz social y sentar las bases para el cambio del modelo económico y social", manifestó el flamante presidente.
"Le pido ayuda a Dios para asumir un solemne compromiso que desearía sea tomado como una auténtica palabra de honor: quiero hacer de mi gobierno un espejo en el cual mirarse y no un vidrio empañado por la sospecha, la insensibilidad o la cobardía", concluyó.
Por entonces, Néstor Kirchner, que gobernaba Santa Cruz opinó que Duhalde era "un hombre representativo" de la política nacional.