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La falacia del ajuste
Resulta una exageración macroeconómica de la ortodoxia plantear la autoexigencia de que países tengan que cancelar su deuda. La meta debería ser refinanciarla, incluyendo los intereses devengados, procurando que no aumente como porcentaje del PIB. Un país con brecha externa deficitaria, plantear como objetivo de política económica el equilibrio financiero del presupuesto público, que implica un superávit primario (recesivo), no tiene ningún sentido económico sensato. El objetivo real implícito de esa propuesta es la recesión.
Por Daniel E. Novak .
La renegociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional y su difusión masiva está alimentada con imprecisiones conceptuales, a veces malintencionadas, que contribuyen a una mezcla de términos que confunden a la opinión pública. Una de ellas es la que relaciona la "seriedad" de un acuerdo con el FMI a la necesidad de equilibrar las cuentas fiscales. Es decir, a eliminar el déficit del presupuesto público.
Esta convicción deriva del paradigma ortodoxo que postula que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario, el exceso de emisión de dinero, y que ésta se deriva del financiamiento de todo o parte del déficit fiscal con adelantos monetarios del Banco Central al Tesoro.
En este marco conceptual lo crucial sería que haya equilibrio entre recursos y gastos públicos, incluyendo en éstos los intereses de la deuda pública externa e interna y los compromisos de amortización. Esto implica, en términos técnicos, que debería generarse un superávit primario equivalente a los compromisos financieros del Estado.
Ideas engañosas
Existen aspectos engañosos de este razonamiento binario. Por un lado, está la cuestión acerca de si el Estado tiene que presupuestar y cancelar sus compromisos financieros pasados como si su actividad económica terminara ahora y debiera devolver lo que pidió prestado.
Ninguna entidad pública o privada que continúe con su actividad económica se plantea como autoexigencia cancelar su deuda. Lo que sí se propone es refinanciar la deuda, incluyendo los intereses devengados, procurando que el mismo no aumente como porcentaje del nivel de actividad corriente.
La segunda cuestión es que, aunque fuera necesario o conveniente que el Estado atienda sus compromisos financieros con recursos propios derivados de un superávit primario entre recursos y gastos, ese superávit sólo es obtenible en moneda doméstica, mientras los compromisos externos requieren un superávit en divisas.
No hay nada que garantice que, aunque logre el superávit primario, el Estado pueda contar con (adquirir) las divisas necesarias para cumplir con los compromisos externos. Para entenderlo mejor se necesita recurrir al análisis de las tres brechas macroeconómicas en un país periférico.
Las dos brechas internas
El análisis macroeconómico tradicional de dos brechas, la privada y la pública internas deriva de los aportes originales de John M. Keynes hace más de ochenta años, cuando dio por tierra con la idea prevaleciente de Jean B. Say, que afirmaba que toda oferta generaba su propia demanda, toda vez que el valor de la oferta derivaba de las remuneraciones de los factores productivos, que las utilizarían para consumir esa oferta por el mismo valor.
Ahí fue cuando Keynes dijo: cuando se ahorra una parte de los ingresos, ¿qué pasa con la parte no consumida? Por suerte, las empresas invierten comprando bienes y si esa inversión equivale al ahorro de las familias el problema queda resuelto; si no, habrá recesión por insuficiencia de demanda.
¿Qué planteó Keynes precisamente en el medio de la Gran Depresión de 1930 por insuficiencia de demanda privada? Lo más obvio y lógico: que esa deficiencia fuera compensando con la brecha pública, haciendo que el Estado gastara más de lo que recaudaba, o sea déficit fiscal. Célebre fue su sugerencia de contratar empleados públicos para tapar baches que hicieran otros con tal de que se les pagara un salario que gastarían.
¿Qué pasa con la brecha privada de la economía argentina? El cuadro de situación es el siguiente: empresas que priorizan en su mayoría la dolarización de los excedentes y familias de altos ingresos que ahorran en dólares, mientras que el 40 por ciento de la población está debajo de la línea de la pobreza.
Es más que evidente que esa brecha privada es predominantemente recesiva y que la única manera de compensar esa tendencia es que la brecha pública, medida por el resultado primario del presupuesto, sea deficitaria en una magnitud similar a la privada, sobre todo restituyendo poder adquisitivo de consumo a quienes no lo tienen. Esto antes de cubrir los compromisos de deuda anteriores del Estado y dejando para una segunda discusión la calidad y eficiencia del gasto público.
La brecha externa
Hasta aquí el aporte keynesiano tradicional, que no tomaba en cuenta para la realidad de su época y de los países centrales el fenómeno de una economía periférica abierta al resto del mundo.
En estos casos, el de países que no emiten moneda de pago internacional y, por lo tanto, deben obtener las divisas de sus relaciones económicas con el resto del mundo, aparece la tercera brecha (la de las divisas) porque estos países deben exportar más de lo que importan por un valor excedente que les permita atender, además, las remesas al exterior por utilidades de las empresas extranjeras radicadas, por servicios de la deuda externa pública y privada y hasta por la dolarización de excedentes económicos de la mayoría de empresas locales.
Aquí aparece entonces la falacia más importante del postulado ortodoxo sobre la necesidad del superávit fiscal para atender los compromisos del Estado por su deuda externa.
Por más que se obtenga ese superávit primario que sería claramente recesivo, ¿quién asegura que con ese superávit en pesos el Estado va a poder comprar y disponer de las divisas necesarias para atender esos compromisos?
En un país con brecha externa deficitaria, plantearse como objetivo de política económica el equilibrio financiero del presupuesto público, que implica un superávit primario (recesivo) equivalente a los compromisos de la deuda pública, no tiene ningún sentido económico sensato, salvo que el objetivo sea otro. El objetivo real implícito en este razonamiento es la recesión.
¿Cuál es el verdadero objetivo del ajuste fiscal?
La brecha externa deficitaria de Argentina tiene un origen estructural, potenciado en los últimos años por la valorización financiera dolarizada de la mayoría de los agentes económicos, internos y extranjeros.
Ese origen estructural es la diferencia de productividad entre el sector primario (fundamentalmente agropecuario) y el industrial, que tiene como consecuencia que las importaciones crecen a un ritmo tres veces mayor que el PIB, mientras que las exportaciones crecen a un ritmo menor, si no decrecen por mayor consumo interno.
En otras palabras, el crecimiento de la economía reduce y hasta elimina el superávit comercial externo que debería cubrir el déficit de remesas por utilidades e intereses de la deuda externa.
En esto está la verdadera causa y justificación de la insistencia ortodoxa, incluido el FMI, en el ajuste fiscal: con una brecha privada interna recesiva, el superávit primario del presupuesto público garantiza que el PIB no crezca, para que las importaciones no capturen las pocas divisas obtenibles y poder utilizarlas para los compromisos financieros externos.
Entonces, el verdadero objetivo del FMI, y de sus acólitos locales, es que la Argentina no crezca "tanto" y pueda pagar con más seguridad sus compromisos externos.
La receta mágica neoliberal para estas restricciones es dar las condiciones para un ingreso masivo e irrestricto de capitales externos que resolverían la falta de divisas y la insuficiencia de demanda (o sea, la brecha externa y la privada), gracias a la "lluvia de inversiones" productivas.
Como esas condiciones no son otra cosa que tasas de interés internas mucho más altas que las internacionales, mientras no haya expectativas elevadas de devaluación, los fondos que ingresan son especulativos y de corto plazo que sólo favorecen la financiación de la fuga de capitales locales e incrementan aún más el endeudamiento externo, como sucedió en la segunda mitad de los '90 y entre 2016 y 2019. En vez de lluvia de inversiones dejan temporales de endeudamiento.
¿Default o refinanción de deudas?
Otra falacia conceptual habitual es la que plantea con tremendismo que la deuda externa argentina es impagable con estas restricciones, independientemente de la discusión sobre su legitimidad.
Argentina no tiene que plantearse como objetivo "pagar" su deuda externa; sólo tiene que demostrar solvencia económica para "refinanciarla" tratando de que no se incremente como porcentaje de PIB.
Esto significa que el PIB crezca a ritmo sostenido (no menos del 5 por ciento anual) para no sólo refinanciar la deuda y la capitalización de los intereses. Esto es lo que se hizo en la última renegociación de la deuda con bonistas privados, privilegiando la reducción de las tasas de interés más que el desagio de capital, sino que es lo que habría que lograr con el FMI, no para pagarle sino para refinanciar a más largo plazo esa deuda con sus intereses.
Otra falacia conceptual es la palabra default. Este término se utiliza normalmente para referir a la decisión de un país de no atender, por algún motivo,su edeuda. Un ejemplo de esta situación se verificó cuando el presidente provisional Adolfo Rodríguez Saa anunció la suspensión total de pagos de la deuda pública a fines de 2001 por falta de reservas.
No pagar un vencimiento al FMI no es un default, sino que es un retraso en el compromiso de pago con un acreedor internacional, aunque sea el más importante. Con una aclaración significativa: el FMI no declara el estado de cesación de pagos hasta después de varios meses y reclamos, y tampoco procede a ejecutar el cobro de esos compromisos por vía judicial.
Después de sucesivas negociaciones da de baja como estado miembro (socio) al país deudor a los dos años de reclamos y sólo aceptar su reincorporación luego de la cancelación de los compromisos originales, más intereses y recargos.
Esta situación es totalmente diferente a la que sucede si un país no cumple con alguna de las obligaciones generales del endeudamiento externo con jurisdicción legal internacional, caso en el cual los acreedores pueden demandar la ejecución de esos compromisos mediante acciones legales en tribunales internacionales.
No se entra en default por no pagar algún vencimiento con el FMI ni tampoco el objetivo debe ser cómo hacer para pagar la deuda externa. Lo que sí hay que evitar es que obliguen al país a crecer menos de lo que necesita para recuperarse con el único fin de que puedan cobrar más rápido quienes vinieron a hacer un negocio financiero extraordinario asociados con los defensores del neoliberalismo colonial.
* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Coordinador de la Licenciatura en Economía. @novak_daniel