¿Qué más podríamos hacer para despejar las profundas dudas que tienen los mercados? ¿Cuáles son los verdaderos motivos de semejante desconfianza? El viernes pasado, en varias reuniones en el corazón de Wall St., tuve la oportunidad de comprobar personalmente que en efecto al menos algunos de los principales tenedores de activos financieros argentinos tomaron la decisión de desprenderse de sus bonos y acciones. Ya han perdido demasiado dinero y no ven que la situación vaya a mejorar en el corto plazo.
Identifiqué tres causas que explican por qué los mercados parecen haberle soltado la mano, al menos por ahora, a la Argentina. No son opiniones mías, sino una síntesis de lo que puede escuchar en primera persona. Con algunas cosas estoy de acuerdo, con otras la verdad que no, pero lo importante aquí es que ellos toman decisiones que impactan en el desarrollo de la crisis y por eso considero crítico entender el mapa conceptual con el analizan la realidad y, en consecuencia, actúan.
1. Ven a un gobierno descoordinado, incapaz de advertir la gravedad de la situación, tomando decisiones puntuales pero sin un diagnóstico adecuado, sin un manejo serio de la crisis ni capacidad política de enfocar la agenda de política pública. Y, sobre todo, de comunicar de manera clara y contundente qué es lo que está pasando, cuáles serán los instrumentos que se utilizarán para enfrentar esta tormenta y qué cosas se harán para convencer a los mercados que no se repetirán los mismos errores que se han venido cometiendo. Esto incluye, y esto debo subrayarlo con énfasis, un manejo político inadecuado, poco profesional, ingenuo e incluso con síntomas de aislamiento o incapacidad para comprender la gravedad de la situación. Más que errores no forzados puntuales, ven un problema de método, lo cual obviamente es muchísimo más grave. Esto es, si el Presidente no cambia la manera de organizar su gobierno, los errores se seguirán cometiendo. Frente a eso, la lógica es salir de la Argentina a cualquier precio, pues el valor del tipo de cambio se seguirá deteriorando inexorablemente. Desde el pasado 28/12, pero sobre todo desde finales de abril, este diagnóstico tan duro de la situación argentina se volvió gradualmente el consenso del mercado. Y de hecho la devaluación no cesa.
2. El acuerdo con el FMI es tan exigente que parece imposible de cumplirse si no hay cambios muy significativos en la manera en la que el gobierno está encarando esta crisis. Esto no sólo incluye la cuestión fiscal, es decir, la reducción del gasto público que debe hacer la Argentina el año próximo: nada menos que 1.4% del PBI. También, hay muchas dudas sobre si, para marzo del año próximo, el Banco Central tendrá una nueva carta orgánica asegurando su plena autonomía. ¿Podrá el gobierno convencer al Congreso? Lo mismo ocurre con el financiamiento del BCRA al Tesoro, que queda vedado a partir de dicho acuerdo. ¿Sostendrá el país semejante compromiso, que de cumplirse sin dudas constituiría un hecho histórico? En este sentido, cayó muy mal la versión de que el gobierno pediría una excepción, a semanas de firmado el acuerdo, para poder utilizar los recursos del FMI para aplacar la demanda de dólares. ¿Será acaso la única cláusula que la Argentina pedirá revisar? Todo esto, en definitiva, refuerza la idea de que se trata de un gobierno sin una estrategia clara, que está obligado a improvisar sobre la marcha de acuerdo a cómo evoluciona una coyuntura. La sensación de que Macri y su equipo están corriendo detrás de los acontecimientos, que son dominados por una situación que los supera, se refuerza entonces en todo lo vinculado al acuerdo con el FMI. Por eso, lejos de convertirse en un ancla para orientar las expectativas de los principales agentes financieros (dentro y fuera de la Argentina), y a pesar de la rapidez con que se logró y también su dimensión, ese acuerdo se está convirtiendo en una especie de boomerang.
3. Recibí muchas preguntas respecto de cómo vino reaccionando la sociedad argentina frente al desarrollo de esta crisis; cuáles pueden ser las reacciones frente a una recesión que ya se descuenta será muy dura; y hasta qué punto esto puede erosionar aún más la imagen de Macri y su gobierno, debilitar a Cambiemos y ampliar las chances electorales de la oposición. Mis respuestas fueron las obvias. Los argentinos estamos acostumbrados a las crisis, están en nuestro ADN, nacimos y sobrevivimos tantas veces a situaciones económicas complejas que cuando las cosas mejoran un poquito, el gran interrogante es cuándo habrán de revertirse. La inestabilidad macroeconómica es siempre el escenario más probable, no importa quién gobierne o el contexto externo. Esto explica que el ciudadano promedio no tenga demasiadas exigencias ni esperanzas, somos más bien minimalistas. Nuestra experiencia histórica nos obliga a descreer de las promesas que nos hacen. Aprovechamos las oportunidades porque sabemos que no van a durar: para darnos un gusto, viajar. Por eso el ahorro es tan escaso y, en cualquier caso, debe ser en dólares para evitar la casi segura caída del peso. ¿Recesiones? Desde el 2011 venimos en una inflación que se está volviendo sistemática. La economía crece un poco los años electorales, cae el siguiente. Cambiemos prometió que esta vez sería diferente: cumplió sólo el primer trimestre. ¿Será esta vez peor que en 2012, 2014 o 2016? Nadie lo sabe, pero es muy probable que no. Además, la agroindustria esta vez traerá buenas noticias. La sequía explica, al menos en parte, la malaria actual. Tanto el trigo esta primavera, como sobre la soja y el maíz el próximo otoño, ayudará a acotar los efectos recesivos. Y respecto de las chances de la oposición, hasta ahora no han logrado capitalizar la erosión del gobierno. Tal vez esto cambie parcialmente, pero hasta ahora el único candidato que tendría chances de forzar una segunda vuelta es Roberto Lavagna. Falta tanto tiempo que es imposible hoy analizar el escenario electoral. Ciencia ficción.