dolar Rofelio operó 675 millones y se abrieron contratos nuevos por 216 millones, el mayor volumen MI posición Febrero 147 operados y 82 de incremento de open interest
QE:
Lo que se grabó a fuego en la memoria es el lunes negro. De ahí la sensación de aperitivo de un Black Friday; el temor, como en octubre de 1987, a un lunes más sombrío todavía que despunte como el verdadero protagonista. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, y el mercado lateral que contenía hace meses los altibajos de Wall Street se hizo añicos jueves y viernes. La volatilidad saltó por la ventana -el 48% en el día-, una acrobacia electrizante que no ocurría desde 2011. El Dow Jones Industrial se metió de lleno en una corrección de libro de texto: anota ya una caída del 10% contabilizada desde los récords. El S&P 500 resistió mejor: la merma es apenas del 7,5%. No hay mercado bursátil que no se hunda en dirección sur. Wall Street era el último bastión de la indiferencia frente a la corrosión sistemática de la periferia: materias primas, mercados emergentes, bonos basura. China y el petróleo no son tan fáciles de relativizar, pero sus penurias habían sido bien ignoradas. El cristal de seguridad que permitía ver todas las tribulaciones pero aislaba sus consecuencias, a manera de blíndex, se hizo trizas. No toleró la presión. Y hoy nada, ni siquiera los activos de primera clase, está a salvo de la zozobra. ¿A qué aferrarse? Los bonos del Tesoro y, en menor medida, el oro son los maderos que flotan en estas aguas torrentosas. Cash is king. El efectivo es rey, y no sólo eso, también es el causante de la debacle. El drenaje sostenido de recursos es un adversario implacable. Lo sufrieron los emergentes y las materias primas antes que nadie. Pero ahora su acidez no hace excepciones. Mientras todo está de remate, el cash se apila ocioso a los costados. Las vacaciones del hemisferio boreal incentivaron la acumulación. Al regreso, los que cuadraron su posición encontrarán intacto su poder de compra y precios de mucho tiempo atrás en la mercadería más apetecible.
Las señales técnicas son terribles. Los astros están mal alineados (aunque aquí cada maestro tiene su libro, y existe infinidad de tutorías). No hay dudas de que la primera línea de defensas ha sido arrasada. Y ahora, rota la fe, las vulnerabilidades son muchas. A decir verdad los fundamentos en Wall Street no son ominosos. Y la exageración, que asusta, es una oportunidad. ¿Que la tormenta se desata por la desaceleración de la economía mundial? Cuando comenzó a garuar, era la solidez de su andar lo que movilizaba a la Fed en su intención de izar las tasas de interés. Cambió la sensibilidad, sí. Y el estado de ánimo. No es evidente que lo haya hecho la realidad de fondo. James Bullard, de la Fed de Saint Louis, por caso, sostiene una visión en completa discrepancia con las angustias de los inversores. Es positivo con respecto a la economía mundial, y muy entusiasta con las perspectivas de los EE.UU. No es capricho, es por esa lectura subyacente que Bullard favorece -aún hoy- que las tasas aumenten el próximo 17 de septiembre. Jeff Lacker, Fed de Richmond, juzga un error que el ajuste se posponga. Sus opiniones importan porque fue la Fed la que montó el escenario revulsivo que hoy preocupa, y lo hizo a manera de prueba de estrés. La idea de Janet Yellen, como escribimos aquí, era someter a los mercados a la máxima tensión posible antes de definir si elevar o no las tasas de corto. Lo paradójico del asunto es que la agonía de saber que una suba de tasas nos aguarda al final del camino cause más estragos que el que podría pensarse de un retoque suave y gradual como lo plantea la Fed. Se padece más en la sala de espera del dentista que cuando uno se sienta en el sillón para una leve intervención. Más aún: si la Fed sigue adelante con sus planes enterrará las dudas sobre la salud de la economía global. Si los cancela, será una tácita confirmación.
Siete veces estuvo Wall Street en una situación similar a la que enfrenta hoy desde que comenzó el mercado bull en marzo de 2009. Las siete veces salió del atasco con avances de envergadura. Siete sobre siete es un muy buen récord. ¿Esta vez será diferente? Únicamente si despunta un mercado bear. Y, en la experiencia histórica, un escenario tal nace de uno de dos progenitores: una recesión o un apretón monetario excesivo de la Fed. No hay señales contractivas en el horizonte de los índices económicos líderes (ni asoman en la pendiente de la curva de rendimientos).
Como siempre, la carta oculta, el lado oscuro de la luna, es la posibilidad de un accidente. La Fed, qué duda cabe, ejerce presión. Aprieta, sí, pero no ahorca. Y correrá en auxilio si hay colisión.