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El camino que eligió el gobierno para iniciar esta estabilización se basa primero en resolver la negociación con el FMI, un proceso del que no deben esperarse grandes sorpresas. El FMI que negociará con la Argentina es el mismo de siempre y a nadie le conviene un default, que dicho sea de paso nunca estuvo en la agenda oficial. Al mismo tiempo tampoco existe la magia. Las restricciones que enfrenta la economía son reales. El dinero para los inmensos vencimientos de 2022 y 2023 simplemente no estará, dato que, debe recordarse, se sabía ya desde 2018. Como siempre los acuerdos se firmaron para ser renegociados porque en el largo plazo lo que importa no es la deuda, sino el sostenimiento de la relación acreedor-deudor. El objetivo de corto plazo, como lo reconoció recientemente el gran endeudador Mauricio Macri, fue utilizar los casi 45 mil millones de dólares desembolsados para que el capital financiero que entró a valorizarse en el proceso de endeudamiento 2016-2017 pudiera salir de la plaza local, un aporte estructural que siempre cumple el FMI en todos los países en los que interviene, con prescindencia de lo que diga la letra muerta de su estatuto.
Dicho de manera breve, el objetivo del FMI luego de aportar los fondos para la salida de los capitales financieros no consiste en cobrar sus deudas como fin en sí mismo, sino en utilizar su posición de acreedor para la imposición de un determinado paquete de política económica. Esa política se basa siempre en la liberalización de los movimientos de capital y en la progresiva destrucción de las funciones, el patrimonio y el poder de fuego de los Estados nacionales. La herramienta para lograrlo es bien conocida: “la extorsión del caos inminente”. Para los países endeudados con el organismo no conseguir un acuerdo da lugar a procesos de salida de capitales y de cierre al ingreso de capitales. Las consecuencias se sienten inmediatamente en el mercado cambiario, es decir provocan un salto devaluatorio, que como se sabe se traduce en alta inflación, caída del poder adquisitivo de los salarios y recesión. En una negociación con el FMI no hay opciones buenas, sólo se tiene a mano las “menos peores”. La relación con el Fondo es como con las drogas duras, parece fácil al principio, pero luego resulta costosísimo salir. En el presente la opción menos peor es realizar un acuerdo que deberá ser renegociado más allá de 2023. Esta es la triste realidad de la herencia macrista.